En estos últimos años, el mínimo interés que pudiera revestir la política española se ha esfumado a golpe de demostraciones sobre la evidente inutilidad de este sistema caduco. Rápidamente viene a la mente la intención de realizar algún tipo de propaganda de quien escribe estas líneas. Ese discurso es muy propio de formaciones que han aparecido en los últimos tiempos. Sin embargo, me temo que la tónica va a ser muy diferente.
Seis meses de gobierno a medias han patentado la relativa necesidad de tener un sistema asentado. Las cosas siguen igual, al menos a niveles generales. Ningún partido ha sido capaz de ofrecer algo lo suficientemente atractivo, o hay simplemente un empecinamiento en mantenerse en sus trece. No obstante, con una nueva oportunidad, se han desvanecido también las posibilidades de enmendar determinados errores. El principal, y más grave, y sobre el que marcha este escrito, es sobre la instauración de penas medievales o al menos más drásticas, sobre la corrupción. Ningún partido le echa un par de huevos, ningún tío sale en los medios a decir que si se le vota, se obtendrá el mayor de los beneficios, la honradez política en el futuro, que conseguirá mediante sanciones brutales sobre aquellos que metan sus manos en las arcas públicas. La gravedad debería trascender de las leyes actuales, por ejemplo, desplumar por completo al culpable y a sus familiares cercanos, que podrían obtener, eso sí, cita previa en los servicios sociales, salvo si tienen trabajo claro está (cualquier medio de financiación, a nuestras arcas); también la pena de muerte. Cuando uno entra en política, es de esperar que no lo haga con ambiciones de mangonear, entonces, tendríamos la garantía de que, quien se decida a ejercer tan loables funciones, asegura que más allá de enriquecerse materialmente, quiere un enriquecimiento personal o profesional o social o de poder, llámesele como quiera, que es respetable en todo caso. Ningún partido ha ofrecido nada así, y siguen con su absurda vista gorda, con su apoyo incondicional. Es tremebundo. Las elecciones precisan de un nuevo aire, no de esta mierda deplorable que nos venden los antiguos y los nuevos, con sus inseguridades y sus caritas sonrientes que ocultan una capacidad para joder imperdonable.
¿Es positivo ir a votar en las elecciones? Naturalmente no, artificialmente, por supuesto. Para eso están, para que esta farsa permanezca mientras o te pudres con tu vida o te degeneras en tu trabajo o te metes en el cerebro veinte mil mierdas que te enseñan universidades y sabihondos. Naturalmente no, porque si se hiciera lo que es natural, que no fuera a votar esto nadie (excepto ellos y sus prosélitos), solo entonces habría cierto revuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario